Hoy vamos a hablar sobre la neuroarquitectura y cómo influye en el bienestar de las personas. La pandemia ha manifestado algunos efectos colaterales. Seguramente, durante el período de confinamiento, en algún momento hayas pensado sobre la importancia que el lugar donde habitamos ejerce sobre cómo nos sentimos y sobre nuestro ánimo. Los ruidos inadecuados o la falta de vegetación son precursores del estrés. En definitiva, de cómo enfocamos nuestro modo de vida. Las escenas cotidianas revelan un impacto marcado sobre nuestro cerebro y de una serie de reacciones sobre nuestras acciones.
Somos seres humanos que habitamos espacios. Estos ofrecen estímulos que son percibidos a través de los órganos de nuestro cuerpo y llegan a nuestro sistema nervioso. Provocan en primer lugar respuestas en el sistema límbico y microsegundos más tarde en el córtex. Las respuestas que surgen del sistema límbico tienen que ver con las emociones, la memoria y la supervivencia. En cambio, las respuestas que surgen de la corteza tienen que ver con el mundo racional, las decisiones premeditadas y el mundo planificado.
LA ARQUITECTURA Y EL BIENESTAR
Por ello, como en muchos otros campos, la neurociencia se ha convertido en un aliado de la arquitectura. La neuroarquitectura es la aplicación de la neurociencia a la arquitectura. Esta disciplina nos permite estudiar el estado cognitivo-emocional de los usuarios de los espacios arquitectónicos y, por tanto, el efecto que tienen las distintas variables de diseño, de una manera más objetiva y exhaustiva.
Cuando el diseño y la arquitectura tienen en cuenta los aspectos con los que el cerebro se siente cómodo, se desencadenan una serie de reacciones fisiológicas ligadas al bienestar.
El estudio del sistema nervioso como organismo vertebrador del funcionamiento de nuestro cuerpo nos da explicaciones sobre por qué los materiales naturales dan mayor confort que los artificiales, cuáles son los beneficios de la luz del sol, qué sucede cuando estamos inmersos en determinadas gamas de color o cómo la distribución de un espacio puede ayudarnos a saber dónde estamos.
Una arquitectura centrada en la persona ofrece dos beneficios: hacer cada espacio único por su esencia y aporta valores esenciales e irrepetibles a cada usuario. Solo así puede la arquitectura ser una experiencia en sí misma, que complemente la vida de sus habitantes.
Si nos alimentamos de forma saludable, hacemos deporte y otros rituales para mantener nuestro cuerpo y nuestra mente conectados, también podemos cuidar de los espacios en los que hacemos estas actividades, para que participen de ellas. Esto es la neuroarquitectura, y no es sólo responsabilidad de los arquitectos y diseñadores, sino también de todas las personas.
LAS CLAVES DE LA NEUROARQUITECTURA
La neuroarquitectura establece aspectos claves a la hora de configurar los espacios para fomentar el bienestar y la relajación de la mente. La iluminación, las zonas verdes, los colores o los techos son algunos de los elementos estudiados. Te lo contamos:
La iluminación: es un elemento clave que va a guiar a las personas en su experiencia en la vivienda. La luz natural ayuda a la concentración de las personas y genera un ambiente más amable que la luz artificial. Este tipo de luz obliga al cerebro a esforzarse más en la tarea a realizar y eso incide negativamente en la productividad.
Zonas verdes: la sensación de estar encerrados genera estrés y disminuye la productividad de quienes se encuentren en esos habitáculos. Junto con la luz natural, el contacto del ser humano con las zonas verdes ayuda a abrir la mente, aumenta la concentración y favorece la calma. Las vistas al exterior de los edificios mejoran el estado de ánimo de los habitantes o trabajadores.
Los techos.Según estudios científicos la altura de los techos también influye en la concentración y actividades de las personas. Así, los techos altos son adecuados para las tareas más creativas, mientras que los bajos favorecen un trabajo de carácter más rutinario.
Los colores.Los colores influyen y condicionan el estado de ánimo de las personas, por lo que es fundamental estudiar el efecto de las distintas tonalidades en nuestro cerebro y así emplearlos de la forma más eficiente. Los tonos cercanos a la naturaleza (verdes, azules, amarillos) reducen el estrés, aumentan la sensación de confort e inciden sobre la percepción del espacio como un edificio saludable. Por su parte, tonos como el rojo captan la atención del receptor por lo que en tareas de concentración son los más indicados.
Elementos arquitectónicos.Los ángulos o formas empleadas en los diseños arquitectónicos también tienen incidencia en el cerebro del ser humano. Los espacios rectangulares son entendidos como edificios menos agobiantes que los cuadrados, que sí provocan mayor sensación de estar encerrados. Los ángulos marcados de las edificaciones favorecen la aparición de estrés o ansiedad frente a las curvas o contornos suaves que nos dan sensación de seguridad y comodidad.